Antes de la pandemia vendía sábanas, ropa y pequeños electrodomésticos que daba a pagar. Cuando comenzó la cuarentena sus clientes no pudieron pagarle más y perdió todo lo que había invertido. Ante esta situación se vio obligada a reinventarse ya que es el único sostén de la casa. Tenía un lavarropas grande y decidió ofrecerlo para lavar frazadas a un módico precio. Esto le permitió sobrevivir los primeros meses de la pandemia.
Luego decidió juntar unos ahorros y lo que cobro del IFE para ponerlo de adelanto y comprar un auto. La idea del auto era poder hacer retiros y envíos de las frazadas a otros barrios. No sabía manejar y en las inestables calles de barro al fondo del barrio Los Ceibos aprendió de forma autodidacta. Por las cualidades de las calles del barrio, no hay colectivos y muy pocos son los remises que se animan a entrar.
Así fue que comenzó, gracias a un cartel que su hijo mayor pintó a mano, a ofrecer servicio de remise para acercar a los vecinos del fondo de su casa hasta las paradas de colectivo. Cuenta que no todos los días logra cocinar dos comidas al día, a veces es solo una o tal vez la cena se improvisa con los restos del almuerzo. Myriam la pelea por sus hijos, no pierde la esperanza y espera poder ofrecerle a sus hijos un futuro mejor.
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