Portada  |  27 mayo 2021

"Mi hijo es un delincuente"

¿Cuán necesaria es la enseñanza de una madre? ¿Hasta qué punto puede una mamá acompañar a sus hijos? Ellas son madres de delincuentes que, a pesar del dolor, vergüenza e indignación, deciden hablar de sus hijos. Deciden describirlos, recordar las peores situaciones, remitirse nuevamente a la sensación de culpa. Ese sentimiento agobiante, que corta la respiración y quita- acaso por siempre- la tranquilidad.

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Gabriela es madre de Romeo, quien desde una temprana edad comenzó a consumir drogas y entró en el delito. Llegó a robarle a su propia madre- faltó dinero en grandes sumas- y llegó a pegarle. Gabriela cuenta que no estuvo presente en los primeros años de la infancia de su hijo, y que cuando fue creciendo debió trabajar constantemente para mantenerlo. Intentó hablarle seriamente en su adolescencia, hacerlo entrar en razón, pero no fue suficiente. Acaso fue demasiado tarde. Un día un vecino tocó la puerta de su domicilio, venía a contarle que Romeo había entrado en su casa para robarle. Fue ahí que Gabriela, con sus infinitas lágrimas, decidió denunciarlo. Ese día se tornó gris, una madre denunció a un hijo.

El hijo de Claudia salió de la cárcel hace pocos meses, vive con ella. Esta madre recuerda los primeros momentos de su hijo en el delito, las primeras “malas juntas”, la droga consumida. Se arrepiente de no haberle puesto los suficientes límites cuando su hijo más lo necesitaba, de no haberle explicado con contundencia las posibles consecuencias de sus actos. Y dichas potenciales consecuencias se tornaron reales, palpables, penosas. Claudia se encontró viajando en plena madrugada año tras año, semana tras semana, hasta los distintos penales. Esperó largas colas, sufrió frío, neumonía, violencia y soledad esperando entrar en la cárcel para visitar a su hijo. Recuerda las peleas con otros familiares que intentaban entrar antes que ella, recuerda lo indigno de las requisas policiales donde debió mostrar su plena desnudez ante personas desconocidas. Su memoria no olvida las imágenes frías, el olor a vergüenza.

Elvira es otra de las madres que se anima a hablar. Su hijo se encuentra libre tras haber estado detenido durante años, por robo. Cuando empezó a escuchar los rumores de su actividad delictiva, no pudo aceptar ser madre de una persona que actuara de ese modo. Aún hoy le cuesta aceptarlo, le cuesta afirmar que su hijo se encontró dentro del delito, que aquel niño a quien crio llegó a causarle sufrimiento a un otro. Hoy vive con plena incertidumbre, le da temor que su hijo vuelva a caer en el robo, le da pánico volver a pisar una cárcel.
Elvira se arrepiente de no haber estado más presente en el crecimiento de su hijo, el no haberle enseñado cuan necesario es el trabajo y el esfuerzo para poder mantener su propio hogar. Nunca se ha llegado a comunicar con las victimas resultantes de los delitos cometidos, acaso por vergüenza, acaso por esa dificultad a aceptar su dura realidad.

Son 3 madres que se enfrentan a dicha dura realidad. En soledad, piensan cuán necesaria habrá sido una mayor presencia y enseñanza en el pasado de sus hijos. Pero también, con firmeza, se preguntan hasta qué punto puede una mamá acompañar a sus hijos. Y para esto último sí tienen la respuesta, no piensan soltarles la mano. Porque mientras sus hijos sufren, ellas también van a estar llorando a solas. Porque mientras sus hijos estén encerrados en el delito, drogas o la misma cárcel, ellas también van a estar encerradas.

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