Se definen como trabajadores netos, inclinados mayormente al comercio, la fotografía, entre otras actividades. Es justamente por eso que les apena escuchar el rumor que los cataloga y condena como “posibles ladrones”. Ellos luchan contra ese prejuicio, describiendo su esfuerzo diario en el campo laboral y reafirmando- una y otra vez- que el delito no tiene cultura ni religión.
Hay costumbres que se han mantenido a lo largo de los años. Las polleras coloridas, la música característica y un humor confianzudo y amigable nos invitan a un mundo social paralelo. La vestimenta de las mujeres es un ejemplo claro de las prácticas conservadas: pollera larga hasta el tobillo y un pañuelo que rodea un recogido de pelo para las casadas. Por cierto, el matrimonio se espera desde temprana edad. Son varias las lenguas que tildan de “machista” a esta cultura, debido a la dote que todavía se paga por una mujer para consagrarla como esposa.
Comidas en familia, encuentros cotidianos entre conocidos y vecinos, celebraciones y danzas. Todo aquello constituye el clima festivo de esta particular comunidad, que sienta en su mesa a quien quiera conocer la historia gitana, o simplemente disfrutar de un buen té de frutas. Un grupo que pretende practicar y enseñar sus valores y costumbres a sus futuras generaciones, pero que también pide integración y aceptación. Esperan el momento en que se los premie o juzgue por sus propias acciones y no por rumores que puedan resultar volátiles. Abren las puertas del “corazón gitano” para que- al menos una vez- nos pongamos en su lugar, en sus polleras y vestimentas, en sus celebraciones y música, y podamos así comprender su estilo de vida, como también su sed de tolerancia.
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